Julian Legaspi

Julian Legaspi
Julian Legaspi

Como bien saben los amos del raiting, Lima se escandaliza con asombrosa facilidad. O sea, es la ciudad perfecta para que un tipo en moto cocainómano y seductor se convierta en el héroe maldito juvenil que llenará de inspiración la mente de toda una camada de chibolos soñadores. En 1993, la televisión peruana emitió el grito de batalla más recordado de su historia: “¡Que empiece la juerga!”. Era el actor Julián Legaspi en el papel que con solo veinte años lo lanzaría a la fama: un chico malo con chaqueta de cuero inspirado en Fernando de Romaña, más conocido como Calígula, atractivo delincuente juvenil asesinado en 1992 en circunstancias que hasta hoy son un misterio. La serie se llamó El Ángel vengador y nunca antes los adolescentes anhelaron con tal vigor la motocicleta propia.

Casi desconocido hasta entonces, Julián Legaspi resolvió briosamente la caracterización de Calígula, le dio alma y gestos de patancito a un personaje que, pese a la abrumadora prensa que había generado el caso policial, permanecía borroso para el gran público. Legaspi se olvidó de Fernando de Romaña y creó un mito de sabor nacional: un arribista seductor sin escrúpulos, envuelto en el narcotráfico y en la extorsión a chicas “bien” a las que les era fácil seducir. Era obvio que Legaspi se sentía tan cómodo en el papel como su trasero en la moto que se habituó a conducir por Lima nocturna (nunca tan recreada como en esta serie). Calígula ficticio era el nuevo prototipo de mujeriego amoral, el bacán por antonomasia, el mechador pero bonito, el guerrero.

Legaspi parecía profesar una velada adoración al personaje. En todo caso, le era imposible ocultar cierta fascinación post adolescente. Poco antes del estreno, dijo: “Me pareció bacán ser el seductor, me gustó. Me llegué a encariñar con Calígula, pienso que Fernando de Romaña hizo cosas que van en contra de la moral, de la ley pero a su manera vivió feliz, hizo lo que quiso”. También confesó que tenía miedo de que alguien que se hubiera quedado con ganas de pegarle al verdadero Calígula se la agarre con él. “Él peleaba mostro y tiraba Tae Kwon, a él no se atrevían a pegarle. Pero de repente alguien me ve a mí y se desquita”.

Sin embargo, por encima de todos sus desmanes, el Calígula ficticio era el amo de la noche renacida: la noche que el país aprendía a descubrir después de una década de aislamiento, crisis total y coches bomba. Y quizás por eso el momento más recordado del personaje no es alguna de sus tantas peleas, ni los revolcones con las mejores hembritas de la nueva generación de actrices lindas, sino su llamado efervescente a disfrutar de la nocturnidad (la juerga), pura rutilancia en las sombras. Así se lo recordará durante años: escribiendo con desenfreno sus particulares Diarios de Motocicleta.

No hubo chico de entre doce y dieciocho que no deseara meterse en la piel de Calígula, y quien diga lo contrario miente. Los adolescentes imitaban la mirada de Legaspi (sin éxito). Impostaban la voz como él, calcaban su artillería gestual frente al espejo, alucinaban ejecutar sus patadas voladoras, soñaban hacer llorar a Vanessa Robbiano.

La producción, de Iguana, corrió a cargo de Luis Llosa, que entonces vivía la cúspide de su carrera haciendo películas en Hollywood. Ninguna teleserie peruana había logrado concitar tal atención sin salir al aire. Circularon toda clase de historias antes del estreno de El Ángel vengador, Calígula. Se dijo, por ejemplo, que Julián Legaspi era demasiado flaquito para el papel, y por esa razón tuvo una rígida rutina de ejercicios físicos. Se mencionó también que el casting original pretendía poner actores formados y con experiencia, y que la pareja resultante fue Baldomero Cáceres y Bárbara Cayo. Pero que prefirieron arriesgar por chicos muy jóvenes para que la historia se acerque más a la precocidad fatal de los protagonistas del caso policial. Sesenta muchachitas se presentaron en el casting. Quedó Leslie Stewart como la chica “emblema” del galán, y ella se convirtió en símbolo sexual de una época.

El verdadero Calígula dejó para siempre este mundo después de recibir cuatro balazos al borde de la carretera a Cieneguilla, pero la ficción televisiva creó un icono noventero que no muere, que persiste en instalarse en la memoria junto a las sirenas policiales con las que empieza esa canción de EMF que daba inicio a capítulo. Julián Legaspi y su noctámbulo vigor: puesto 25 en el raiting. Y que empiece la juerga.